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Las cuatro amenazas económicas que Massa no puede controlar

Sergio Massa, ministro de Economía
Sergio Massa, ministro de Economía

Durante la reunión del Fondo Monetario Internacional (FMI), que se llevó a cabo en Washington la semana del 10 de octubre, un inversor y amigo estadounidense que conoce mucho a la Argentina me dijo que nuestro problema de cara al futuro es que “el Peronismo es malo gobernando, pero es mucho peor como oposición”. Como si estuviese reafirmándolo pocos días después, en el acto del día de la lealtad, el sindicalista Pablo Moyano le avisó a la oposición que “van a tener cada quilombo”, si intentan una reforma laboral en caso de ganar las elecciones de 2023.

El problema para el equipo económico actual es que la perspectiva de que el peronismo va a intentar bloquear todo lo posible las reformas económicas que pueda intentar el próximo gobierno, atenta contra el quizás único puente que tiene para llegar a las elecciones sin una crisis mayúscula. Me explicaré.

Desde que Sergio Massa llegó al Gobierno, su equipo implementó un ajuste fiscal importante. El gasto público primario (sin intereses), que crecía más de 10 puntos por encima de la inflación durante el primer semestre, se expandió al menos 5 puntos por debajo de la inflación en el tercer trimestre. Como consecuencia de ese ajuste, en agosto el Banco Central dejó de emitir dinero para financiar al fisco. La política monetaria, medida tanto por precios (tasas de interés) como por cantidades (expansión de la base monetaria) muestra también un endurecimiento importante en las últimas semanas.

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Pero Cristina Kirchner dejó, por lo menos por ahora, al tipo de cambio fuera del alcance de las herramientas de política económica con las que cuenta el equipo de Massa. El dólar soja ofreció una ventana para cumplir con la meta de acumulación de reservas prometida con el FMI para fines de septiembre. Pero no resuelve el problema fundamental, el importante atraso cambiario que sufre el peso en el mercado oficial, que hace que las exportaciones vayan más lentas que las importaciones. Durante octubre, el Banco Central volvió a vender dólares al mercado.

La venta de dólares se frenó en los últimos días, al implementarse el nuevo régimen de importación, el SIRA, que requiere una validación de cada importación por parte de la AFIP, la Aduana, la Secretaría de Comercio y el Banco Central. Ni Kafka se hubiera animado a tanto. Pero su implementación es muestra de la encrucijada que enfrenta el equipo económico: a falta de autorización política para devaluar, lo que daría un incentivo adecuado de precios a importadores, exportadores y turistas, solo le quedan herramientas cuantitativas para desacelerar la sangría de dólares.

Una herencia económica catastrófica y la amenaza de volver todo un tembladeral para el próximo gobierno no peronista, le quita al equipo económico un recurso que podría ser fundamental: la entrada de dólares de inversores que quisieran aprovechar que los precios de los activos están de remate para posicionarse antes de que haya un nuevo gobierno. Los precios de bonos y de empresas argentinas están cerca de sus mínimos históricos, pero los inversores pasan de largo frente a lo que, de otra manera, se verían como verdaderas gangas.

Como punto de comparación, cabe recordar que uno de los mínimos anteriores del Merval, nuestro índice accionario, fue el día previo a que Sergio Massa anuncie su candidatura a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, en junio de 2013. Su candidatura presagiaba que el peronismo se rompería en las elecciones de 2015, y que el próximo presidente sería más de centro, con lo cual las inversiones comenzaron a llegar al país. La expectativa de un cambio positivo ayudó a Cristina Kirchner a transitar los últimos dos años de gobierno, a pesar de los grandes desequilibrios macroeconómicos y del escandaloso manejo de la negociación con los holdouts.

Sin dólares financieros, ni del turismo, ni comerciales, todo será un desierto en los próximos meses. Esto es porque hay cuatro amenazas económicas que el equipo económico no puede manejar y que harán la transición económica muy difícil.

La primera amenaza es la sequía. El fenómeno de la Niña, que trae sequía en la región pampeana, se extenderá con alta probabilidad al menos hasta febrero de 2023. El impacto en la próxima cosecha es inevitable. Según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la cosecha de trigo caerá en un 32% este año. Pero la amenaza se extiende a los cultivos de verano. La siembra de maíz y girasol está atrasada por la falta de lluvias, y muchos productores sembrarán el “maíz tardío”, menos productivo que el “maíz temprano”. En pocos días debería comenzar la siembra de soja, y si el panorama climático no cambia se verá afectado el principal cultivo del país.

Si los cultivos de verano tuviesen una caída de productividad, medida como toneladas cosechadas por hectárea sembrada, similar a la del trigo, la cosecha de los principales cuatro cultivos del país podría caer cerca de un 27% en 2023, quedando debajo de los 90 millones de toneladas, aunque todavía es muy temprano para saberlo. La última vez que el país experimentó una caída mayor al 20% fue en la cosecha 2017/2018, y fue un determinante importante del inicio de la crisis en el gobierno de Mauricio Macri.

Hasta ahora, la suerte venía ayudando al gobierno de Alberto Fernández. Subas de precios internacionales de nuestras exportaciones agrícolas le dejaron al país US$9000 millones adicionales en 2021 y otros US$9000 millones adicionales a los de 2021, en 2022. Pero, medida a precios de hoy, la pérdida de la cosecha de 2023 podría ir desde los US$2000 millones en un escenario super optimista, hasta los US$11.000 millones en uno de sequía más extendida.

Si mayores precios internacionales compensaran el menor volumen de la cosecha, el impacto en la economía local se atenuaría. Pero la segunda amenaza que queda fuera del alcance del equipo económico es que el mundo se encamina a una recesión, en cuyo contexto es muy difícil que los precios de los commodities suban mucho. El aumento de la inflación está llevando a los bancos centrales de países desarrollados y emergentes a implementar la mayor suba de tasas de interés global de la historia reciente. Según la última publicación insignia del FMI, el World Ecomomic Outlook, el crecimiento global de 2023 será uno de los más bajos desde 1970, y un 35% de los países del mundo, incluidos los europeos, experimentará una recesión el año que viene.

A la baja demanda global se agrega el problema que la Reserva Federal de los Estados Unidos es, entre los grandes países o bloques, la que está subiendo tasas más aceleradamente, lo que llevó al dólar a su valor más fuerte desde 2001. Históricamente, un dólar fuerte resulta en precios de commodities bajos, y viceversa. Los precios de los commodities, aunque ya comenzaron a caer, aún están altos por dos razones. La primera es que durante y a la salida de la pandemia la demanda global se inclinó hacia los bienes, más intensivos en el uso de los commodities, en lugar de los servicios. La gente dejó de ir al cine o de viajar y se compró más computadoras y otros aparatos. La segunda razón es la Guerra de Ucrania, que limitó la oferta de commodities como petróleo, gas y girasol. Pero estas dos tendencias se están revirtiendo. En el margen, la demanda global de servicios crece, mientras que la de bienes cae; a la vez, la oferta de granos de Ucrania se está normalizando. Es decir, excepto por potenciales efectos climáticos a nivel global, los precios de los commodities agrícolas parecen tener poco upside.

La tercera amenaza es que, aun si hiciese todos los deberes, enfrentaría un panorama difícil en el mercado de deuda local. Además de tener que refinanciar los $8,5 billones de deuda que vencen en 2023, el programa con el FMI requiere financiamiento nuevo, adicional, por 2% del PBI, aproximadamente otros 3 billones de pesos. Los inversores locales, como mostraron los eventos de junio y julio de este año, están nerviosos, y se comportan como en un juego de sillas musicales, donde ninguno quiere ser el último en salir del mercado de bonos y comprar dólares si hay algún problema. Si bien nadie dice que la deuda será reestructurada, nadie lo descarta, y aunque el Gobierno, la oposición, el FMI y el Papa Francisco salgan a decir que no será reestructurada, el miedo persistirá en un país con un pasado como el nuestro.

La última amenaza que enfrenta el equipo económico es el fuego amigo de la propia coalición. El ajuste fiscal y económico que se está implementando impactará en el consumo y la actividad. Como dice mi colega Carlos Melconian, esta es una “cash economy”, en la que no hay ahorro ni nadie ahorra. Si el Gobierno pone plata en el bolsillo de la gente, como hizo desde junio de 2021 hasta junio de 2022, la población gasta esos pesos y la demanda se mantiene firme. Ahora el Gobierno le está sacando la plata del bolsillo de la gente, con lo que la recesión está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo reaccionará la coalición gobernante cuando se acerque el proceso electoral? Tiene que elegir el veneno que toma: si mantiene el ajuste fiscal y monetario, habrá recesión con una inflación elevada, pero no explosiva; si abandona el ajuste fiscal y monetario, puede lograr un impulso de actividad muy breve, pero llevando la inflación arriba del 100% y con mucha presión cambiaria.

El peronismo, como diría mi amigo estadounidense, debe estar soñando ya estar en la oposición.