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La curiosidad de lector que disparó la búsqueda del periodista: asomarse a un crimen en las cercanías del poder

Dicen que el periodismo se ejerce durante todo el día. Puede ser, aunque no es una sentencia absoluta. Pero sí es verdad que cualquier aproximación a las noticias como ciudadano suele disparar las ganas de ir más allá de lo que se publica.

Algo de eso ocurrió con una historia que sucedió en Catamarca, a principios de diciembre, cuya cobertura pasó por debajo del radar mediático. Unos datos de aquellas crónicas llamaban la atención. El sábado 3 de diciembre, por la mañana, murió Juan Carlos Rojas. Era el ministro de Desarrollo Social de Catamarca y, además, la mano derecha de Luis Barrionuevo en la provincia y secretario general de la seccional local del poderoso gremio gastronómico. Nada se supo ese día sino hasta domingo 4 cuando fue encontrado el cuerpo tirado en el patio de su casa, en medio de un charco de sangre.

Aquella noticia no siguió un camino de titulares sino más bien, de breves. Para cuando la nube informativa futbolística había pasado, la llegada de las fiestas terminó por enterrar el tema. Al regreso de enero, se cumplía un mes y alguien en Buenos Aires me llamó la atención sobre aquel hecho del que se sabía demasiado poco.

Decidimos ir y en esos casos, cuando la información rodea al poder, siempre es mejor no dar aviso. Entonces la primera decisión: ¿Cómo llegar a una ciudad que tiene un vuelo diario que, seguramente, incluye a funcionarios o allegados al poder entre sus pasajeros?

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En la Redacción resolvimos todo muy rápido: volar a Tucumán, alquilar un auto y de ahí, unos 200 kilómetros para llegar por tierra. Hubo otro detalle: un hotel pequeño, de esos que no reciben a los mañaneros a tomar café. Así fue: el silencio siempre es un buen aliado para trabajar tranquilos.

Fueron tres días en Catamarca en enero, inundada de un calor que no se describe; se siente y punto. Como en casi todo el interior, las jornadas tienen el valle de la siesta pero, como contrapartida, inician un par de horas antes que lo que sucede en la rutina porteña.

Aproximarse a un caso como un asesinato con ribetes políticos no es una tarea fácil, más aún donde el poder se ejerce de manera despiadada. Para encontrar un dato, hay que escuchar muchas voces, la mayoría tímidas y escurridizas. Para chequearlo siempre es necesario hacer algún que otro rodeo antes de tocar la puerta de un despacho oficial. En Catamarca, al menos, el gobernador Raúl Jalil y los suyos no son demasiado afectos a responder preguntas. Practican una comunicación de gacetilla.

Pero después de cafés, almuerzos, cenas y charlas, el croquis se empieza a dibujar. Conocer los lugares donde suceden las cosas, pasar por los escenarios, sacarse dudas con los vecinos, permanecer en un lugar un rato, sin nada aparente qué hacer a la espera de un vecino que refiera una pequeña punta para encontrar la pieza que sigue es casi el ABC del periodista.

En eso estaba, un mediodía de 40 grados, estacionado, en la vereda de enfrente de la casa del ministro. En ese lugar, hacía un mes, habían asesinado a Rojas, “Rojitas”, como le decían quienes lo trataban. Era una casa humilde, de barrio, a poco de una avenida donde se ubica un club; una escena de sol de mediodía, perros y calle de tierra. Me quedé más de media hora, sólo frente a un portón azul haciendo, literalmente, nada. Pensar un poco y esperar. Era la siesta y todo se detiene. Y qué mejor que pasar es rato en la escena del crimen. En ese trance estaba cuando una moto se acercó conducida por un policía. Para mi tranquilidad, la policía iba a reemplazar a la consigna que estaba en el patio de la casa, justo donde encontraron al exministro muerto.

Estacionó la moto y abrió el portón. Su compañero de contraturno le abrió. Entraron y quedó una de las hojas abierta. Fueron segundos y entonces se pudo ver algo más allá. Apareció el interior del patio. El saludo se extendió y hubo tiempo para fotos al pasar.

Como muchas vece en el periodismo, vale la pena esperar. Aquella cobertura terminó en una nota que titulamos así: “Un hombre de Barrionuevo. Las inquietantes sospechas alrededor del crimen de un ministro que interpelan al poder de Catamarca”. La crónica hablo sin tapujos de un asesinato, de las desprolijidades en la investigación, de la indiferencia de los dos hombres más poderosos de la provincia, Jalil y Barrionuevo, a la hora de buscar la verdad y de que una empleada de tareas generales del gremio había sido encarcelada 8 días mediante una orden de detención sin firmar.

Volvimos el lunes pasado, a los 4 meses. Fue entonces cuando los hijos, seguros de que el caso quedaría impune, pegaron un golpe sobre la mesa y mostraron las fotos de su padre mutilado. “Así lo dejaron. ¡Y dijeron que estaban ante una muerte natural, mentiras! ¡Vergüenza debería darles! Mentirle a la familia así. ¡Encubridores, cómplices, mentirosos! Ahora se sabe que a papá lo tuvieron de rodillas, de rodillas lo golpearon y de rodillas lo asesinaron. Una imagen vale más que mil palabras. Y entonces, el poder se estremeció.