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Euforia mundialista y desvaríos oficialistas

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Muy pocos podían haber imaginado que la misma semana que arrancó con la inmensa alegría de los argentinos por la tercera copa lograda en el Mundial de Fútbol de Qatar, iba a terminar con el serio conflicto institucional gatillado por el gobierno del Frente de Todos y sus aliados provinciales al desconocer abiertamente el fallo de la Corte Suprema de Justicia que restituye a la CABA parte de la coparticipación automática de impuestos nacionales, recortada arbitrariamente hace más de dos años por un DNU luego convertido en ley.

En medio de la euforia posmundialista y de las fiestas de fin de año, probablemente mucha gente no advierta la gravedad de este desvarío oficialista que pone en jaque nada menos que la división republicana de poderes consagrada por la Constitución Nacional. Sin embargo, sus fundamentos son tan engañosos como impredecibles sus consecuencias.

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El fantasma de denuncias penales y juicios políticos cruzados entre el oficialismo (contra la Corte) y la oposición (contra el Presidente), sobrevuela ahora sin rumbo cierto como los helicópteros que debieron trasladar de apuro a la selección argentina ante otro desvarío del gobierno de Alberto Fernández para recuperar protagonismo político. El sorpresivo feriado nacional dispuesto apenas horas antes de la espontánea y multitudinaria concentración del martes para acompañar a la selección argentina desde el predio de la AFA en Ezeiza hasta el frustrado paso por el obelisco porteño, fue una muestra palpable de improvisación, voluntarismo, errores de cálculo, organización y coordinación.

Claramente, no hacía falta que el Estado interviniera tan burdamente para sumar más gente a la que ya planeaba asistir –en su mayoría jóvenes– y desbordaba de antemano las superficies disponibles. Era como habilitar el ingreso de 700.000 personas al estadio de River. Tampoco se justificaba complicarle la vida a quienes no tenían interés en perder una jornada de trabajo; ventas; fletes; exámenes finales de estudiantes; cuidado de enfermos; turnos médicos o intervenciones quirúrgicas programadas. Más que nunca el slogan oficial “Primero la gente” pareció un chiste de mal gusto, reforzado por la imagen del balcón vacío en la Casa Rosada.

Si la concentración de esa descomunal, entusiasta y estoica marea humana no terminó en tragedia –más allá de algunos excesos y consabidos actos de vandalismo siempre impunes–, es porque el seleccionado de fútbol unió a los argentinos y su actuación en Qatar se vio potenciada con valores poco frecuentes que llenaron de orgullo a los hinchas más fanáticos y también a los más racionales.

El equipo liderado por Scaloni y Messi rompió el molde. No hubo excusas ni culpables ajenos tras la imprevista derrota frente a Arabia Saudita. La resiliencia, planificación, adaptación a los cambios y trabajo colaborativo mejoraron su competitividad en la remontada posterior, mientras los resultados iban alimentando la ilusión de todo el país detrás de un objetivo difícil de conseguir. Hasta que, a base de jugar cada vez mejor y dejar todo en la cancha llegó el épico triunfo frente a Francia, cuyos minutos finales incluyeron hasta la dosis de suerte que suele acompañar a los campeones. Todo con humildad, bajo perfil y respeto por las reglas de juego, más allá de algún desliz emocional. Nada que ver con otras épocas de “campeones morales” o escándalos; ni mucho menos con prestarse al uso político de su sacrificio después de este inolvidable torneo.

En otras palabras, el seleccionado argentino fue la cara opuesta de lo que suele mostrar la gran mayoría de los políticos convencionales que –salvo escasas y honrosas excepciones–, se dedican a llenar su boca de palabras o recitar relatos huecos, sin trazar un proyecto a futuro para ilusionar a los argentinos ni exhibir ninguno de aquellos atributos para lograrlo.

Sus ingredientes para captar votos son los mismos de siempre: diagnosticar; simplificar; sobreactuar; anunciar y prometer; incumplir; no rendir cuentas y aferrarse al poder del cargo público aunque no puedan mostrar resultados. Cumplen a la perfección la primera parte de la frase atribuida a Otto von Bismarck y repetida en muchos manuales, pero están a años luz de la segunda: “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”.

De hecho, el Poder Ejecutivo Nacional está en manos de un dispar triunvirato orientado únicamente hacia la primera dirección, donde el Presidente tiene un rol testimonial; la Vicepresidenta actúa como opositora, y el ministro de Economía tiene el modesto objetivo de llegar a las elecciones sin un estallido cambiario ni inflacionario. Para eso cuenta con el respaldo del Fondo Monetario Internacional, que hace tiempo optó por desactivar el VAR para no empujar a la Argentina al precipicio de un populismo económico más radicalizado.

Por lo pronto, la readecuación y aprobación de las metas del último trimestre, ya permitió el desembolso de casi US$6000 millones que le otorga un respiro hasta marzo, cuando se pondrá en marcha la campaña electoral. Aun así, el organismo repitió sus ya clásicas advertencias sobre la fragilidad de las condiciones económicas y la necesidad de un amplio apoyo político al programa para avanzar hacia la flexibilización del cepo cambiario.

Hasta la AFA puede dar fe de este requerimiento: los US$45 millones que recibió de la FIFA por la obtención de la copa en Qatar deberán liquidarse al tipo de cambio oficial de $175, casi 50% menos que las cotizaciones libres ($338/340). Y si los jugadores que mantienen domicilio fiscal en el país deciden ingresarlos, recibirán los dólares pesificados a un valor similar, ya que una circular del BCRA impide retirarlos de las cuentas de ahorro en moneda extranjera si se depositaron después de mayo de 2020. Esto explica por qué el cepo impide la salida, pero también la entrada de divisas.

El agravamiento del conflicto de poderes entre el Gobierno y la Corte Suprema por la coparticipación de la CABA, que ya se había manifestado con el abierto rechazo kirchnerista a los recientes fallos sobre la composición del Consejo de la Magistratura y la pena de prisión a Milagro Sala, sumará ahora más incertidumbre política y jurídica a la economía. No sólo por el tono y los disparatados argumentos del oficialismo (Axel Kicillof calificó la decisión como “una verdadera inmundicia” y Carla Vizzoti sostuvo que “abolía el federalismo”), sino porque tornan mucho más difícil cualquier acuerdo con la oposición de Juntos por el Cambio.

En realidad, la cifra en disputa resulta insignificante en comparación con la magnitud de la recaudación de impuestos coparticipables y también con las transferencias discrecionales que viene recibiendo la provincia de Buenos Aires, la de mayor población y número de votantes. Incluso puede abrir alguna grieta adicional dentro del oficialismo, después de que Wado de Pedro le endosara ayer a Sergio Massa la decisión de activar o no los giros automáticos al gobierno porteño, a los que Horacio Rodríguez Larreta supeditó la anunciada reducción inmediata de las subas de impuestos locales aplicadas a fin de 2020.

Antes de que se produjeran estos virulentos cruces, parece mentira que el Congreso no haya logrado a lo largo de este año acordar una reforma a la intervencionista ley de alquileres sancionada durante la cuarentena, que empantanó al mercado inmobiliario y le resta atractivo a la reedición del blanqueo de capitales para la construcción de viviendas destinadas a alquilar. Tanto la parálisis legislativa como el conflicto institucional también inquietan a Massa por el destino del proyectado blanqueo de capitales no declarados en bancos de los Estados Unidos, tras el acuerdo de intercambio de información fiscal con ese país que, si bien entrará en vigencia a partir de 2024, planea utilizar como anzuelo para el año próximo, a semejanza del que dispuso Mauricio Macri en 2017 y permitió regularizar nada menos que US$117.000 millones. Una cifra que resulta descomunal para las condiciones actuales y las perspectivas económicas.

Por más que la Argentina haya ganado el Mundial, si el conflicto institucional sigue escalando y no aparecen actores políticos que pongan la pelota sobre el piso y le resten presión al partido, todo indica que 2023 podrá convertirse en otro año perdido, con alta inflación y bajo crecimiento, por lo menos hasta las PASO (si no surge alguna otra sorpresa) o hasta las elecciones que se realizarán dentro de diez meses.