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La llegada de Massa: un esquema de poder que deja en evidencia la debilidad del Presidente

El presidente Alberto Fernández junto a Sergio Massa
El presidente Alberto Fernández junto a Sergio Massa

Hace poco más de tres años, cuando Cristina Kirchner diagramó la fórmula presidencial para competir en 2019, la actual vicepresidenta leyó como nadie el paladar de los votantes de entonces. Sin embargo, aquel diseño tenía un vicio de origen a la hora de gestionar: el número uno de la fórmula, Alberto Fernández, tenía menos poder que la número dos. Pasó más de medio mandato y ahora el mandatario se apresta a dejar de ser el número dos en el vértice de poder. Lo inédito es que con la llegada de Sergio Massa al súper ministerio pasaría del dos al tres.

Semejante situación es una anomalía en el poder político argentino, caracterizado históricamente por marcados sistemas presidencialistas. El experimento de un presidente con menos poder que su compañera de fórmula no salió bien; justamente mostró sus problemas en la toma de decisiones en los momentos más críticos de la gestión.

La imposibilidad imponer medidas económicas de importancia fueron moneda constante al punto que la política económica se limitó a hacer poco y nada, aumentar el gasto y la presión fiscal. Y como tampoco así alcanzó para tapar el bache, acelerar la maquina de imprimir billetes. Cualquier otra iniciativa para ir por problemas estructurales fue bombardeada por los propios.

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Los tiempos cambiaron rápidamente desde el abrupto anuncio de la salida de Martín Guzmán del Ministerio de Economía, aquel sábado 2 de julio pasado. Ese fin de semana, los nombres que sonaban eran todos de economistas. Marco Lavagna, Emmanuel Álvarez Agis, Miguel Peirano o Martín Redrado fueron algunos de los que se escucharon durante dos jornadas de vorágine en la Quinta de Olivos.

Massa aparecía, entonces, como un Jefe de Gabinete con poder sobre toda la gestión pero enfocado en entregas política a un Gabinete con poca profundidad. Finalmente fue el tiempo de Silvina Batakis y se hizo cargo del asiento vacante en el Palacio de Hacienda pero jamás del manejo de la política económica.

A poco más de 20 días, aquel cambio de nombres ya fue devorado por la vorágine de los hechos y la receta por la que se optó en este caso fue ir por un político y no por un economista. A la histórica frase característica de la campaña electoral de Bill Clinton que decía “es la economía, estúpido”, habría que cambiarle una palabra. En este cuarto mandato kirchnerista, pareciera que la culpable es la política, al menos si se mira el nombramiento del exintendente de Tigre.

Como se dijo, aquel boceto originario contenía la propia falla. Claro que todo hubiese pasado desapercibido si la economía traccionaba como lo hizo en otras épocas. Todo se disimula en política cuando el dinero alcanza. Pero cuando la frazada es corta hay que decidir quién no quedará tapado. Esas decisiones necesitan de palabra firme, convicción y, sobre todo, compañía para avanzar. Nada de eso pudo exhibir este Gobierno cuando le tocó la mala.

Lo que Massa pidió para asumir tres carteras en una –Economía, Agricultura, Desarrollo Productivo, además del manejo de la relación con los organismos multilaterales– es, justamente, uno de los bienes más escasos que ha mostrado este Gobierno: apoyo de los propios. Sabe perfectamente que los ajenos no le pondrán palos en la rueda. Sin embargo, también conoce a ciencia cierta que se colocará segundo en ese podio del poder y que lo único que vale es la venia de la uno. Lo demás, es cotillón. Los gestos del Presidente, de los gobernadores -que permanecieron tiesos ante la pérdida de poder de Fernández- o de sus compañeros del Frente Renovador valen poco menos que cero.

La pregunta es si ese requisito no es un abstracto y si lo que se persigue no es de cumplimiento imposible. ¿Alguien puede poner la firma de que la expresidenta se mantendrá callada ante medidas que le huelan a ajuste? Nadie lo puede afirmar.

Massa, político y no economista, conoce perfectamente que varias de las medidas que imagina son un torpedo bajo la línea de flotación del kirchnerismo de paladar negro. Los antecedentes están expuestos hace muy poco a cielo abierto. Guzmán terminó con fracturas expuestas cada vez que lo intentó. Para Batakis se optó por otra receta: el silencio incómodo. Sin aprobaciones ni reprimendas, ya fue reemplazada.

La economía argentina ya no sólo necesita de algún cambio de nombres que puedan generar un calmante provisorio. La profundidad de la crisis hace imperiosa la necesidad de reformas fuertes que se encuadren en una hoja de ruta definida. Para eso, claro, necesitará no sólo de acuerdos en el frente gobernante sino que tendrá que negociar en el Congreso, el territorio del que se va. En esos recintos nada está dicho y, también, los reflejos del corto plazo, muestran que el Presidente no consiguió apoyo del kirchnerismo duro a la hora de aprobar su ley más importante: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Si Massa logrará consolidar el frente legislativo será toda una incógnita.

Antes de que se precipite la crisis, la vicepresidenta le dijo a Alberto Fernández, en público y con tono casi de mandato, que use la lapicera. El presidente jamás la usó; no quiso o no pudo. Lo particular es que en este nuevo esquema de poder quizá le toque ir al kiosco a comprar una nueva cuando a Massa se le termine la tinta.