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Massa también llegó a la final

Sergio Massa
Sergio Massa - Créditos: @Alfredo Sábat

El año termina para Sergio Massa mejor de lo que lo hubiera pronosticado hace apenas tres meses. Con algo de contabilidad creativa y la maquinita de pesos del Banco Central de aliada, el ministro de Economía cerrará 2022 cumpliendo prácticamente todas las metas contenidas en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ni su antecesor Martín Guzmán se hubiera permitido soñarlo. El temor al abismo hizo que el kirchnerismo -que tan solo en marzo había vapuleado el acuerdo con el Fondo en el Congreso- termine siendo en 2022 el mejor alumno de Washington.

Massa cree, por el momento, que el acuerdo con el FMI es una garantía de estabilidad. Para 2023 no hay más plan que ese: intentar mostrar que las cuentas se van ordenando, mientras que la heterodoxia cambiaria contiene la devaluación. El costo será una economía sin crecimiento, según reconocen en el Gobierno. “Hay más chances de ganar una elección con una economía estancada, pero ordenada, con una inflación más baja, que con un descalabro económico”, razonan. No importa cuántas veces lo niegue públicamente, Massa siempre piensa como candidato.

Evitar ese “descalabro”, sin embargo, depende en gran medida de que el equipo económico logre ir esquivando a lo largo de los meses las presiones de una devaluación. “No podés hacer correcciones del tipo de cambio sin corregir el gasto, porque el passthrough [el traslado a precios] es bestial”, insisten. Pragmáticos, saben que deberán procurar para ello hacerse de más dólares, porque en privado no se ilusionan demasiado con que la balanza energética mejore demasiado con respecto a lo que fue este año.

En el primer trimestre del año, que estacionalmente suele ser uno de liquidación tímida de divisas, la idea es compensar la menor oferta del campo con créditos de organismos multilaterales y, luego, hacia febrero, la intención es lanzar la licitación del espectro 5G, una medida que todavía se ve con reticencia desde la industria. En el segundo trimestre, en tanto, volvería el “dólar soja” en versión 3.0. “El que no sembró maíz y trigo por la seca, va a meter todo a soja. Es cierto que vas a tener menos dólares de la cosecha, pero hay stock. El tema es cuándo se ingresa”, esgrimen.

Con ese combustible se espera poder transitar el tercer trimestre, siempre el más complicado en materia de oferta de dólares. Aunque allí -con suerte- también podría empezar a pesar el convenio de intercambio automático de información que acaba de firmar Massa con el gobierno de los Estados Unidos. Si bien es cierto que el acuerdo es mucho más light de lo que el Gobierno argentino dejó trascender en todo momento -sólo incluye personas físicas, no es retroactivo y recién entraría en vigencia para 2024-, de avanzar, podría ayudar a arrimar algunos dólares (y, sobre todo, pesos) algunos meses antes de que termine el año próximo.

“Si querés no devaluar podés hasta las elecciones -dicen, confiados, quienes conocen el pensamiento de Massa-. El tema es cuánto te aumenta la brecha y cómo cumplís con la meta del FMI”. En el BCRA, por ahora, no piensan en reducir la velocidad del crawling-peg, como se conoce en la jerga la devaluación constante que está haciendo la autoridad monetaria mes a mes, para evitar que el dólar quede rezagado frente a la inflación. Hoy, el presidente del BCRA, Miguel Ángel Pesce, está convalidando una suba del tipo de cambio del orden del 7% mensual.

También la estabilidad cambiaria estará ligada a la posibilidad que tenga el Tesoro de seguir financiando su déficit en el mercado financiero local. No sólo la falta de dólares es un problema, también lo es paradójicamente la escasez de pesos (aunque en la City sobran). En el equipo económico saben que el humor del mercado será cambiante. Cada licitación de bonos en pesos será una nueva prueba. Esta semana, Finanzas logró sortear un examen por demás ambicioso. El propio Massa se involucró con llamados. También hubo fuerte presión para que las provincias peronistas aportaran pesos de sus superavitarias cajas. A regañadientes, muchas apoyaron. Otras, grandes, no tanto.

En Finanzas descuentan que renovar el stock de deuda no será tanto problema, dado que estiman que cerca del 70% de los títulos están en poder del sector público (si se incluye la porción en poder de la banca pública). El desafío pasa por conseguir nuevo financiamiento para cubrir los nuevos gastos que se vayan generando.

El problema es que ningún inversor quiere extender demasiado los plazos. El miedo al reperfilamiento de la deuda en pesos sólo crece ante un eventual cambio de signo político. De todos los errores que se le pueden endilgar a la gestión macrista, el haber reperfilado la deuda en moneda local es tal vez el que menos le perdona el sector financiero. No hay evento del que participe el exministro Hernán Lacunza -hoy referente del equipo económico de Horacio Rodríguez Larreta- en el que no se le haga alguna pregunta al respecto. A Massa le vencen bonos por $10 billones entre enero y agosto de 2023. Por ahora, los vencimientos entre septiembre y diciembre del año próximo apenas suman $1,3 billón.

Este mes, Massa demostró que si la caja no alcanza para cubrir el faltante de pesos, está dispuesto a encender la maquinita del BCRA. Lo hizo luego de que el Tesoro “le vendiera” parte de los DEG que recibió del FMI a cambio de $229.000 millones. El mercado especula a su vez con que no pocos entes públicos le vendieron al BCRA títulos en cartera, para así hacerse de pesos y participar de la licitación récord del miércoles último. Dos operaciones que el FMI objetaría en sus manuales, pero ante las cuales está dispuesto a hacer la vista gorda. Ya Estados Unidos -accionista clave del FMI- probó que no se piensa endurecer con la Argentina. Entiende la diplomacia norteamericana que cualquier hueco que quede podría ser rápidamente cubierto por China, que ve a la Argentina como un proveedor potencial de materias primas estratégicas. Todavía resuena en el mercado la operación de la minera china Ganfeng, que pagó a mediados de año US$960 millones a la argentina Pluspetrol, para quedarse con el proyecto de litio Pozuelos-Pastos Grandes en la provincia de Salta. Una competidora de origen norteamericano había ofrecido por la misma operación casi la mitad: US$500 millones.

Así las cosas, a fin de diciembre el Ministro podrá decir, que cumplió a rajatabla con las promesas realizadas al FMI. Hasta esta semana, el déficit fiscal sumaba 2,6% del PBI, apenas 0,1 puntos porcentuales por encima de la meta, pero en Hacienda especulaban con que los ingresos del dólar soja 2.0 ayudarían a cerrar la brecha. La meta de asistencia -directa- del BCRA al Tesoro también habrá quedado sobrecumplida, mientras que resta ver cuánto se acerca finalmente la meta de reservas internacionales. Según un informe de la consultora PxQ, a comienzos de mes le faltaban al BCRA US$1661 millones, pero ya en lo que va de diciembre gracias al dólar soja redujo ese rojo en US$662 millones. Massa llegó a la final de la copa del FMI. Un torneo del que participan Moldavia, Jordania, Camerún, Gabón, Seychelles, Surinam y Egipto.

La tentación del plan “platita”

El plan Massa para 2023 tiene, sin embargo, un talón de Aquiles, que no desconocen propios ni ajenos al Gobierno. La tentación de que en algún momento la presión política lo lleve a impulsar algún plan “platita” es innegable. Ya en una reunión esta semana, en la que participaron representantes de bancos, Massa adelantó que a medida que la inflación empiece a descender, la idea del Gobierno es ir también bajando las tasas de interés. El sorpresivo 4,9% de inflación de noviembre acerca esa promesa. Como siempre, la pelota queda en manos de la política. Pero el Central se resiste y hace caso omiso de la intención de Economía: hoy decidió mantener inalterada la tasa.

La realidad que, de tener éxito en su plan hasta la elección, será el próximo Gobierno el encargado de realizar el ajuste de precios relativos que tal vez más teme la política: la devaluación del tipo de cambio. Todos los equipos económicos de la oposición saben -aunque pocos lo admiten públicamente- que este ajuste implicará en los primeros meses un fuerte shock inflacionario. Un plan de estabilización no lo sortearía, sino que partiría de esa premisa.

Una gran duda es cómo se posicionará entonces el empresariado, gran parte del cual viene haciendo grandes negocios con el dólar oficial. Las diferencias en las cámaras son en algunos casos tan fuertes como las que existen dentro del oficialismo y de la oposición. En la Asociación Empresaria Argentina (AEA) no son pocos los que, incómodos, empiezan a pensar en cómo levantar el perfil, pero algunos peces gordos se resisten.