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Massa ya vendió el envase, ahora tiene que llenarlo de contenido

Sergio Massa en la Plaza de Mayo esta tarde en la movilización tras el ataque a Cristina Kirchner
Sergio Massa en la Plaza de Mayo esta tarde en la movilización tras el ataque a Cristina Kirchner - Créditos: @Santiago Filipuzzi

La tarde del jueves 1° de septiembre languidecía y, mientras el microcentro se iba poblando de sombras y despoblando de oficinistas que volvían a sus casas, el funcionario del equipo de Sergio Massa regresaba de un acto en el Centro Cultural Kirchner a su despacho para encarar el último tramo del día. Ilusionado por el anuncio de una millonaria inversión de YPF y la petrolera malaya Petronas a futuro, preocupado por un presente de estrecheces. Parecía el epílogo de una jornada más del largo primer mes del nuevo ministro de Economía en el cargo. No lo era.

Un par de horas más tarde, el atentado contra la vida de la vicepresidenta, Cristina Kirchner, desbarató cualquier escenario imaginado y abre ahora fuertes dudas sobre la factibilidad del objetivo que se propuso Massa al llegar al Palacio de Hacienda. ¿Se puede “tranquilizar” la economía sin tranquilizar la política? El funcionario en cuestión había recurrido a una metáfora para definir el balance de los últimos 30 días: “Nos la pasamos cabeceando granadas dentro de un gasoducto”. Una humorada súbitamente envejecida para describir un cuadro al que, tras una noche de locura y estupor, podrían sumarse nuevas complicaciones e incógnitas desde el terreno político.

La inesperada escena encuentra al ministro de Economía a las puertas de un viaje a Estados Unidos en busca de dólares, inversiones y apoyos políticos de parte del gobierno de Joe Biden. La decisión del Frente de Todos de habilitar un giro hacia una mayor ortodoxia económica, timoneado por Massa y su equipo, despierta allá dosis idénticas de aprobación y dudas. La tarea del ministro será convencer de que esta vez va en serio, de que cuenta con el aval político de la coalición de gobierno para avanzar con la hoja de ruta que se propuso y que poco tiene que ver con las ideas del kirchnerismo: ajuste fiscal, suba de tarifas, freno a la “maquinita” y tasa de interés real positiva, entre otras medidas. Ahora, con el desafío adicional de mostrar una rápida reacción y confirmar que la agenda no cambió.

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Jugar la carta política

Sin tantos contactos determinantes, hasta acá, en los organismos de crédito como el FMI o el Banco Mundial, Massa confía en las puertas que en Washington pueden abrirle su vínculo con el principal asesor del presidente norteamericano para América latina, Juan González, con quién trabó una relación cercana a tal punto de recibirlo el año pasado en su casa para compartir un asado en una visita fuera de protocolo. También ha abierto un canal de diálogo importante con el congreso norteamericano gracias a su buena sintonía con Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, y recompuso la relación con el presidente del BID, Mauricio Claver-Carone. La revisión de las metas del acuerdo con el FMI, entre las que la de acumulación de reservas luce como la más difícil de lograr, aconseja tener la carta política siempre lista para ser jugada.

Una fuente empresaria que todos los años acumula millas entre las capitales de ambos países traza un rápido balance de fortalezas y debilidades: “Tuvo un rol razonablemente importante en el canje de deuda del 2020 a partir de vínculos que le acercaron con fondos de inversión como Templeton y Blackrock; no reniega del modelo americano pero tampoco tiene tantos contactos; en los organismos tenía más llegada Gustavo Béliz [el exsecretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia]. Hoy goza de toda la centralidad que no tenía Guzmán, con el manejo de la macro y la micro, pero ahora tendrá que demostrar políticas concretas”. Con su viaje a Washington y a Houston, Massa buscará demostrar que es más que un “ministro de Finanzas” con algunos anuncios de inversiones importantes, entre ellos, de una compañía de alimentos, según adelantan en su entorno.

Tanto en el mundo empresario como en el mercado hay ansiedad. La calma financiera que Massa logró instalar en su mes al frente de la gestión económica se ve efímera si no se apuntala con las medidas que concreten los anuncios de los últimos 30 días. Una de ellas: la formalización de un mecanismo que acelere las liquidaciones del campo para que ingresen dólares que refuercen las exiguas reservas del Banco Central, algo que era inminente antes de la conmoción causada por el intento de asesinato de la vicepresidenta. También hay expectativas por el dólar diferencial que se le podrían reconocer a sectores como la minería y la economía del conocimiento.

En las compañías temen que el actual cepo importador, que el Gobierno ha ido ajustando ante la evidente insuficiencia de dólares, termine generando, dentro de unos meses, un “efecto Puerta 12″ al revés en el caso en el que el Gobierno logre sumar reservas a través de algún préstamo o por el ingreso de los demorados dólares del campo. En la tragedia de 1968, la estampida y sus consecuencias fatídicas se produjeron por la presión de los hinchas que querían salir por ese portón del estadio de River que estaba cerrado.

Ahora, dicen, la estampida podría producirse por todos los que irían a ponerse al día con requerimientos atrasados que se van acumulando en casi todos los sectores de la producción, a los que el Gobierno les pide “aguantar” hasta que pase el frío y no necesite las divisas para importar gas natural licuado. El BCRA logró cortar el drenaje de reservas de principios de agosto y hasta sumar de a poco en las últimas semanas, pero así y todo cerró el mes con un déficit superior a los US$500 millones en sus intervenciones en el mercado.

Esa demanda reprimida de dólares oficiales excedería largamente la oferta. Como dijo la economista Marina Dal Poggetto en una entrevista, “si vuelven a acumular reservas deberían ir pensando si es para volverlas a perder con un dólar oficial barato”.

Conscientes de todos estos riesgos y expectativas, cerca de Massa piden tiempo. “Estamos haciendo equilibrio, la situación es delicada y tratamos de generar confianza para que la gente ponga plata en el país, para que invierta”, afirman. “Tenemos un PBI fuera de la Argentina, hay que estabilizar la economía y que sea negocio invertir aquí, pero los primeros que tienen que traerla son los propios argentinos”. El relanzamiento, esta semana, del blanqueo para fondos no declarados que se apliquen a la construcción, con algunas condiciones más ventajosas que la poco exitosa versión de 2021, va en ese sentido.

No son los únicos argentinos a los que debe convencer el ministro, que sabe que hace cosas que no son del agrado del kirchnerismo más cercano al pensamiento de Cristina, que sigue monitoreando la situación de cerca a través de reuniones entre él y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof. Tampoco son del gusto de esos sectores los perfiles de miembros del equipo económico como el viceministro, Gabriel Rubinstein, o el asesor para la deuda Daniel Marx.

De Volcker a Rubinstein

“Nos piden subir el piso del dólar, pero también apuntamos a bajar el techo; Rubinstein no será Paul Volcker pero había que dar una señal”, vuelve a bromear el funcionario, al referirse al expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos que domó la inflación en ese país entre fines de los años 70 y principios de los 80, aunque a costa de un período recesivo propiciado por la suba de tasas. ¿Podría pasar lo mismo aquí a partir de las últimas medidas del BCRA en el mismo sentido? Algunos analistas creen que sí.

Y recurre a un episodio que usan tanto massistas como cristinistas para convencer y autoconvencerse. En una recordada participación en el discontinuado programa televisivo 678, en enero de 2010 y ante algunas críticas internas, Néstor Kirchner recordó por qué había elegido a Martín Redrado para conducir el Banco Central: “Teníamos que tratar de generar algún tipo de señales que pudieran consolidar la quita de deuda más importante que tuvo la Argentina. Por eso fue Redrado; ¿iba a poner a Kunkel? [Carlos, el exdiputado]”.

Luego de tres canjes de deuda, una cancelación total de obligaciones con el Fondo y dos nuevos acuerdos con el mismo organismo de crédito años más tarde, el problema sigue ahí. Massa ya vendió el envase, ahora tiene que llenarlo de contenido.