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Los enigmas de la ministra K que salió de la galera

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Parece haber pasado una eternidad, pero hasta hace apenas una semana Silvina Batakis no sabía que iba a convertirse en ministra de Economía. Su nombramiento surgió de la galera presidencial como un recurso de último momento: si en la convulsionada noche del domingo no se anunciaba quién reemplazaría a Martín Guzmán tras su intempestivo –aunque calculado– portazo, el lunes iba a disponerse un inevitable feriado cambiario.

El board del FMI evaluó la llegada de Batakis y la crisis argentina

La nueva ministra arranca su gestión rodeada de enigmas. El más relevante es qué margen real de maniobra tendrá para pilotear una crisis económica de raíz política, fogoneada por el abierto enfrentamiento entre las facciones del Frente de Todos sobre el rumbo a seguir y que la coloca en un punto de partida nada envidiable. Recibe una inflación que ya apunta a más de 80% anual, como efecto del desborde de gasto público, el uso a destajo de la “maquinita” para financiar el déficit fiscal y cuasifiscal, una brecha cambiaria superior al 120% con dólares alternativos en alza y escasez de reservas líquidas en el Banco Central. A esto se suma el menor ingreso estacional de divisas del agro a partir de agosto y el megavencimiento en septiembre de la deuda pública en pesos (casi $1 billón).

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Para responder a ese interrogante, tampoco está claro cómo se gestó la designación de Batakis. Su procedencia desde la secretaría de Provincias del Ministerio del Interior a cargo de Wado de Pedro y el forzado diálogo telefónico entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner –de quien la ministra hace tiempo se declara admiradora–, hicieron deducir que se trató de otro avance de la vicepresidenta para acentuar la debilidad política del Presidente. Nada que debería extrañar.

Sin embargo, hay quienes sostienen que –en medio del shock provocado por la previsible pero repentina renuncia de Guzmán–, fue propuesta por Miguel Pesce, titular del BCRA y amigo personal de AF. Según esta hipótesis, CFK no tuvo otra opción que aceptar ante la necesidad y urgencia de evitar un feriado cambiario que iba a alterar a los mercados mucho más de lo que ocurrió desde el último lunes. Como prueba señalan la ausencia de la vice en la ceremonia de juramento en la Casa Rosada, que hubiera significado un aval explícito antes de la hermética cena con el Presidente en Olivos.

También la arenga de Máximo Kirchner, que el jueves en Garín aprovechó para recordar su rechazo al acuerdo con el FMI; embestir contra los funcionarios del Gobierno que sostuvieron (“abrazaron”) a Guzmán y exaltar a “la compañera Cristina” que otra vez debió sacarlos adelante (sic).

En el mejor de los casos, el tácito aval de CFK a la ministra –a quien tampoco mencionó ayer en El Calafate– podría considerarse una tregua, que el politólogo Rosendo Fraga define como frágil.

Pocas veces como ahora cabe la frase de Borges: Alberto y Cristina están unidos por el espanto ante el riesgo de un estallido económico, aunque él se dedica a negarlo y disfrazarlo mientras ella lo admite como posibilidad cierta en conversaciones privadas con propios y extraños aunque, como de costumbre, se despega de cualquier costo político.

Por lo pronto, Cristina se gratifica con haber provocado el desplazamiento del gabinete de Matías Kulfas y de Guzmán, que ayer fue blanco de toda su artillería de furia acumulada. Pero tampoco ve con buenos ojos a Pesce, a quien acusa de no haber endurecido antes el cepo cambiario para frenar el drenaje de reservas (por el “festival” de importaciones que no fue tal) y favorecer a los bancos privados con la colocación de Leliq y pases para absorber el excedente de pesos.

Como lo señaló esta columna semanas atrás, la feroz interna en el oficialismo genera tal desconfianza que agrava el deterioro macroeconómico, ya que la inundación de pesos y la sequía de dólares impulsan la altísima inflación (que Guzmán no mencionó en su extensa carta de renuncia) y reducen las chances electorales del FDT para 2023. Esto lleva al kirchnerismo a extremar la irracionalidad fiscal (“populismo sin plata”) con propuestas como el salario básico universal (SBU) o una nueva moratoria previsional, que retroalimentan la doble crisis política y económica.

La prueba fue esta semana el masivo refugio en el dólar que impulsó la fuerte escalada de las cotizaciones financieras, la ola de remarcaciones de precios (en algunos comercios, con aumentos generales de 20%) y el desabastecimiento de distintos productos.

Otro enigma es cómo se moverá Batakis en el marco de polarización política dentro del oficialismo, que la obligará a hacer equilibrio entre ambos extremos. Sobre todo, porque su perfil se asemeja al de varios ministros del kirchnerismo posteriores a Roberto Lavagna y anteriores a Axel Kicillof. O sea, técnicos afines sin peso propio y ejecutores disciplinados de políticas dictadas desde el poder político, que rara vez suelen cuestionar puertas adentro.

En sus primeras declaraciones, la nueva ministra afirmó que va a seguir el programa económico del Presidente, que es lo mismo que no decir nada. Ni Alberto sabe cuál es el programa. Aun así, declaró su intención de ordenar las cuentas fiscales para mantener en vigencia el acuerdo con el FMI y contribuir a la lucha contra la inflación; justo después de que CFK hiciera en Ensenada una apología del déficit y el uso intensivo de la “maquinita”, mientras el Gobierno llamaba a concurso para cubrir más de 1600 cargos en la planta permanente de 4 ministerios dentro de una estructura de 22 que difícilmente vaya a ser reformada.

Quienes trabajaron con ella cuando fue ministra de Economía bonaerense entre 2011 y 2015, la describen como una funcionaria de carácter fuerte pero proclive a subordinarse ante autoridades superiores. “Se parece a esas razas caninas que son agresivas con los extraños y leales con sus dueños”, la define off the record un ex colega. Como prueba, recuerda que el manejo de la caja fiscal en ese período estuvo a cargo de Rafael Perelmiter, hombre de confianza e íntimo amigo de Daniel Scioli hasta su fallecimiento hace menos de un año. Esta característica puede ponerla en aprietos, si se considera que Alberto detenta el poder formal del Gobierno, pero Cristina le raciona el poder real, como lo demostró ayer cuando afirmó que no va a “revolear” a ningún ministro.

No es el único problema que enfrenta Batakis. Como la mayoría de quienes han sido o son ministros provinciales, su especialización en finanzas públicas contrasta con su escasa formación académica en macroeconomía.

En el primer caso, se ocupó preventivamente de enviar al freezer el reclamo de diputados K para que se disponga por decreto el SBU que catapultaría el déficit fiscal. Pero también apoyó el proyecto de imponer una alícuota extra de Ganancias a las “rentas inesperadas” impulsado por Guzmán. Su historial va en esa misma dirección. En 2011 instrumentó el impuesto a la herencia en la provincia de Buenos Aires, más de una vez se pronunció a favor de aumentar las retenciones a las exportaciones agropecuarias y los productores bonaerenses le reprochan haber aplicado un impuesto complementario para inmuebles rurales con aumento de hasta 2000% en las valuaciones fiscales. De ahí que no falten quienes piensan que podría bajar el déficit del Tesoro con más presión impositiva, en vez de reducir el gasto como sería indispensable tras el desborde del primer semestre.

En el segundo caso, ahora le tocará negociar con el FMI el recalibramiento de las metas fiscales para el segundo semestre y la “administración de importaciones” reclamada por CFK, que amenaza con reeditar la política de Guillermo Moreno y trabar buena parte de la actividad económica ya jaqueada por la escalada inflacionaria.