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El fútbol ya cumplió: Mundial, verano, humor social y elecciones

El festejo del Seleccionado argentino tras ganarle a Países Bajos
El festejo del Seleccionado argentino tras ganarle a Países Bajos - Créditos: @ALBERTO PIZZOLI

El fútbol ya cumplió. El deseo masivo, y genuino, es que aún pueda superarse, pero su prestación está más que cubierta. Le ha dado a una sociedad atribulada, la mayor alegría colectiva y transversal en años. Al menos por este mes, la grieta ha quedado solapada, pausada o al menos mitigada, y eso permite disfrutar sin dobles lecturas ni sentimientos encontrados.

Los más de 60 puntos de rating que están marcando las dos señales de TV que transmiten los partidos son una evidencia elocuente. Si se suman las plataformas de streaming, resulta obvio que la energía positiva que llega desde Qatar está tocando a casi todos.

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La desbordante emoción que atraviesa a los argentinos opera como una catarsis sanadora. Después de la oscuridad, el dolor, el sufrimiento y la tristeza, hacía mucha falta este desahogo puro, surgido bien de las entrañas, sin mediación racional alguna. Se trata de una pulsión primaria y liberadora, transformada en gritos, saltos, abrazos, besos y lágrimas.

Los ciudadanos que conviven con una realidad agobiante y tóxica lograron encontrarse con la celebración que, de modo consciente o inconsciente, tanto anhelaban.

Un ritual gregario y desprovisto de enfrentamientos inocuos que permite, al menos temporalmente, “bajar la guardia” y simplemente reír y festejar sin pensar en otra cosa.

En ese ritual, el otro es un otro que constituye un nosotros en lugar de un ustedes. Lo que debiera ser algo razonablemente normal y habitual, se siente mejor por la potencia que adquiere al ser actualmente la excepción y no la regla. Es sabido: la escasez genera deseo.

Los rituales tienen para los seres humanos un rol de familiaridad y contención. Dan forma a un territorio simbólico que construye identidad.

En nuestro caso, puede tratarse de compartir el mate, brindar con una copa de vino, cantar hasta la afonía canciones del rock nacional, o tantas otras cosas que nos brindan la idea de pertenencia a una historia y sus tradiciones.

El fútbol es, para nuestra cultura, un icono de esos ritos que le dan forma y la sostienen a través del tiempo. La presencia en el estadio de estrellas de otras selecciones argentinas - campeonas del mundo o no- alentando con la misma pasión que el resto de los hinchas, refuerza una línea de continuidad imaginaria que al consolidar pasado y presente no sólo reconforta sino que permite soñar con un futuro distinto y mejor. El mensaje que envía la AFA es claro: se valora el método, el proceso, la experiencia y los aprendizajes adquiridos a través del tiempo. El “equipo” es transgeneracional. Algo que efectivamente se tangibiliza en la elección de un cuerpo técnico con trayectoria mundialista. Puede salir bien o no porque ningún resultado está garantizado, pero la intención es explícita.

La vibración es tan fuerte y totalizadora que invita a la tentación de la política. Pero no hay que confundirse, esa alegría tiene dueño: es de los jugadores y de la gente. No hay espacio para terceros en discordia. Se puede acompañar y celebrar a la par, cómo bien lo demuestran las marcas en sus publicidades mundialistas. Pero no hay chances de apropiaciones intencionadas que rompan el hechizo pacificador y gratificante. La “Scaloneta” es anti-grieta.

La pregunta resuena desde hace varios meses y no para de crecer: ¿Puede un triunfo de la selección en el Mundial de Qatar 2022 modificar el escenario electoral argentino en 2023?

El interrogante es válido porque este gran bálsamo reparador obviamente mejora el humor social. Independientemente del resultado final, el hecho ya sucedió. Haber eludido la depresión generalizada que hubiera provocado un mal resultado, ya es de por sí un alivio. Llegar hasta la última semana de competencia, un éxito que ha hecho feliz a los argentinos.

La prospectiva no se lleva bien con la certeza, dado que la historia nunca está escrita, siempre se está escribiendo. Es mejor compañero el ejercicio de analizar probabilidades en base a evidencias del pasado y el presente que permitan construir hipótesis sobre los futuros posibles.

Hecha esa aclaración, cabe decir lo siguiente: suponer que por el éxito futbolístico la sociedad olvidará todos sus problemas implica realizar una subestimación doble. Por un lado de la magnitud de las dificultades que vive cotidianamente. Y por otro de la comprensión que hoy tienen los ciudadanos sobre las lógicas de influencia y condicionamiento.

En la era de la transparencia generada por las redes sociales y la hiperconectividad, todos los trucos quedan a la vista demasiado rápido. Es cierto que existen las fake news, la posverdad, las burbujas de sentido y las cámaras de eco diseñadas por los algoritmos con los que opera la inteligencia artificial.

Tan cierto como que las personas están aprendiendo a lidiar con ellos a velocidad exponencial. Son elementos centrales del complejo sistema de comunicación multiplataforma en el que nos movemos 7x24, pero ya no se trata de ninguna novedad.

En simultáneo, es altamente probable que, de no mediar ningún hecho disruptivo, tengamos una gran temporada de verano. Basta analizar no sólo lo que ocurrió este fin de semana largo o la cantidad de reservas que ya existen en los centros turísticos, sino algunos hechos más puntuales, como por ejemplo, la extraordinaria demanda de los pasajes de tren a la Costa a precios accesibles. Pasar toda la noche en Constitución para adquirir un ticket “comprable” habla, sobre todo, de un gran deseo.

El Mundial, las Fiestas y el Verano constituirían así una trilogía paliativa que funcionaría como un ansiolítico ayudando a serenar los ánimos. Lo cual, dadas las circunstancias, no es poca cosa.

Se unen así a la larga zaga de otros rituales más chicos que los argentinos han utilizado como mecanismos de evasión para “irse de la realidad” durante todo el 2022: desde el boom de los recitales hasta el regreso con gloria de bares, restaurantes, parrillas, pizzerías, la cancha, los cines, los teatros y, por supuesto, los viajes a donde sea.

El punto es que más temprano que tarde deberán volver a ella y lo saben. La alienación es consciente. El goce de hoy no desconoce las tensiones del mañana, sino que las incluye. Por eso los argentinos lo han transformado en un territorio blindado.

Aunque hoy prefieran ni hablar del tema, en Marzo el Mundial, las fiestas y el verano serán un recuerdo. La calidad de vida en el día a día, en cambio, un presente intenso. Las expectativas para 2023 son muy bajas. Como mucho, se pretende que las cosas no empeoren.

En nuestro último relevamiento del humor social realizado en base a Focus Groups, nos encontramos con un cambio relevante. Durante años los argentinos temieron a la “ciclo-crisis”. Bautizaron de ese modo al círculo vicioso que desde hace décadas genera un cimbronazo económico cada una cierta cantidad de años: 5,7 o 10, según las distintas versiones y registros.

Bueno, eso ya no es así. Al menos para la percepción que se tiene hoy. Ahora hablan de una sucesión permanente de “mini-crisis”. La frecuencia de sucesos que alteran el devenir de los acontecimientos se ha acelerado. Ocurren cada vez más seguido. El último episodio fue el del mes de Julio. Este cambio fisonómico del entorno económico y social incrementa la incertidumbre y la sensación de fragilidad. Como natural contracara, reduce la posibilidad de planificación y ahoga los proyectos. Se vive día a día porque cualquier cosa puede pasar en cualquier momento. El sentimiento es de “alarma permanente”.

A medida que se acerque el momento, el proceso electoral entrará indefectiblemente en la agenda pública.

Ese será “otro partido” cuyo resultado tendrá poco que ver con el fútbol y mucho más con aquello que la sociedad añora: ciertas dosis de tranquilidad y algún rango de previsibilidad.