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La Scaloneta, como espejo de un futuro posible para el país

Scaloni, Messi y parte del equipo de la selección argentina; el Mundial comienza en menos de un mes y es una de las pocas cosas que generan entusiasmo en una sociedad que se fue a vivir a otro país sin irse
Scaloni, Messi y parte del equipo de la selección argentina; el Mundial comienza en menos de un mes y es una de las pocas cosas que generan entusiasmo en una sociedad que se fue a vivir a otro país sin irse - Créditos: @GLYN KIRK

Ante un contexto que se les presenta ominoso, opresivo, desgastante, depresivo, frustrante y con un imaginario de futuro clausurado, una buena parte de los argentinos gestó un mecanismo novedoso de protección: la “alienación consciente”.

El patrón de conducta mayoritario hoy es el de “escape” y su mantra, “irse de la realidad como sea”.

Desde el boom de los recitales y restaurantes hasta el anhelado regreso a los teatros, cines y la cancha, pasando por los tradicionales pícnics improvisados a la vera de las principales autopistas, acorde con el poder adquisitivo de cada cual.

Un entorno colectivo oscuro que convive con pequeños refugios donde se ilumina, al menos por un rato, la vida familiar y personal.

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Los individuos y la sociedad orbitan en “galaxias paralelas”. Cada uno de los individuos se encierra en su propio destino, perdiendo de vista la existencia de factores comunes que pudiesen construir algún tipo de cohesión.

Hoy la Argentina se ha transformado en una multiplicidad de fragmentos yuxtapuestos el uno sobre el otro, donde no se logra divisar ninguna figura que permita imaginar de qué se tratan ese todo y sus partes.

De la mano de los algoritmos y la inteligencia artificial, la tecnología profundiza la construcción de cámaras de eco que solidifican aún más esas burbujas de aislamiento que permiten la fuga hacia mundos absolutamente propios, donde la entrada de la realidad está prohibida.

Desde Netflix y Tik Tok hasta la creciente pasión por el gaming y los juegos de adultos, todo oficia de excusa perfecta para “poner la cabeza en otra cosa” y así sobrevivir a un acontecer cotidiano que se repite a sí mismo como una letanía, y que se juzga como tóxico.

Siendo ese el estado de situación, no debería sorprendernos el furor por las figuritas, o que se hayan agotado tanto las pelotas del Mundial como las camisetas de la selección. El fútbol, por definición, es el arquetipo perfecto de un “lugar a donde huir”.

Cuando la sociedad contemporánea quiere que la pasión desborde a la razón para proveerle emociones fuertes y amnésicas que recuperen su condición gregaria y la hagan olvidar del día a día, se abraza a las pulsiones competitivas y los rituales del deporte o al éxtasis de la música en vivo, entre otras cosas.

El Mundial de fútbol, que comienza en menos de un mes, es una de las pocas cosas del acontecer colectivo nacional que hoy por hoy generan entusiasmo en esta sociedad que se fue a vivir a otro país sin irse.

Sin grietas ni reproches

Allí sí emerge esa figura que hoy brilla por su ausencia en todo lo demás: la idea de un nosotros donde lo que nos une es mucho más fuerte que lo que nos separa. No sólo no hay grietas ni reproches, gritos o chicanas, sino que la tristeza que domina los rostros muta en sonrisas que expresan tanto alegría como relajación. Acá podemos bajar la guardia y, después de mucho tiempo, dejar de pelear.

La lectura más lineal diría que eso ocurre siempre que hay un Mundial, que los argentinos somos futboleros por excelencia, que podría ser la última chance de Messi para ganar la Copa del Mundo, que la selección viene jugando muy bien, que está invicta y que ganó la Copa América.

Incluso podría argumentarse que la profusión de medios y plataformas donde se multiplican contenidos que se vuelven omnipresentes hacen que se incremente el deseo. Todo eso es absolutamente cierto.

Cabría agregar, además, que será la primera vez que una instancia cumbre de este tipo se juegue en nuestro verano, al borde de fin de año, con todo lo que eso implica como factor multiplicador de las hormonas positivas. También es verdad.

Por si fuera poco, será también el debut del evento global más masivo del mundo con el nuevo formato híbrido laboral y la generalización del streaming. Ergo: todos verán todo.

Son suficientes motivos para dar por concluido el análisis. Con todo esto alcanza para explicar el flujo de ilusiones que se percibe en la calle, las redes sociales y que reflejan nuestros análisis cualitativos del humor social que realizamos sobre la base de focus groups.

Sin embargo, creo que detrás de esta inédita vibración de entusiasmo que está logrando atravesar los muros de la apatía y el desgano hay un mensaje encriptado sobre uno de nuestros futuros posibles.

La fórmula de este algoritmo secreto puede intuirse en dos palabras: “La Scaloneta”, y en una imagen que circula en el torrente digital: un viejo colectivo conducido por Lionel Scaloni con Messi sentado en primera fila, donde todos los demás integrantes del viaje se acomodan en sus asientos sin distinción de jerarquías.

La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) le renovó el contrato al técnico antes de cualquier resultado en esta instancia definitiva. Messi no solo juega feliz, sino que se siente bien rodeado y acompañado. Se está produciendo una renovación generacional de jugadores que apunta no solo al presente sino también al futuro. Las distintas estrellas entran y salen del equipo sin que se resienta su funcionamiento general.

Autoridad y liderazgo

La autoridad y el liderazgo de un técnico que, en apariencia, llegó sin los clásicos pergaminos, pero que se ganó el reconocimiento de todos en base a la prepotencia del trabajo, las declaraciones pensadas, sensatas y mesuradas y el mérito de la planificación; no se discute.

En la conjunción de la química de los jugadores con el sentir popular de los hinchas surgió “la Scaloneta”, como síntesis de todos estos factores que producen una vibración que cautiva y convoca, cuando casi todo lo demás “expulsa”.

Podemos simplificar el hecho atribuyéndolo al magnetismo histórico del fútbol, a la magia de Messi, o incluso a esta búsqueda de la alienación consciente que se manifiesta en tantos otros ámbitos. Y estaría bien. ¿Por qué pensar qué hay algo más donde lo que se manifiesta a simple vista cubre holgadamente las explicaciones que estamos buscando?

Por el simple hecho de que quizás, a modo de un espejo invertido, el mensaje que nos esté mandando el enamoramiento de la gente con “La Scaloneta” trascienda al fútbol y nos indique el anhelo, tal vez inconsciente, de otra Argentina mejor.

Una que se reconfigure en las antípodas del “vivir el hoy” que domina las conductas actuales, como mecanismo de supervivencia ante la imposibilidad de imaginar un mañana atractivo.

Aquella donde el trabajo, el mérito, la planificación a largo plazo, la organización, los procesos, la sensatez, la prudencia, la convicción y el espíritu competitivo sean la base de sustento de un esfuerzo compartido que haga sentido, y que por lo tanto, contagie entusiasmo.

No ya solo por el fútbol, sino por algo mucho más profundo: un futuro posible que saque a los argentinos de la anomia actual y los motive a regresar a ese país del que se están yendo sin irse.