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Una verdad a medias es una mentira completa

- Créditos: @GETTY IMAGES
- Créditos: @GETTY IMAGES

El placer de recibirlos en este espacio, con la famosa reflexión bíblica que le da título a esta nota.

Cuenta una historia, narrada por un bagdadí, compañero de viaje del gran matemático -pero ventajero- Beremiz Samir, lo siguiente:

“Cerca de un viejo albergue de caravanas, medio abandonado, vimos que tres hombres discutían acaloradamente junto a un hato de camellos. Entre gritos e improperios, en plena discusión, se oían exclamaciones:

-¡Que no puede ser!

-¡Es un robo!

-¡Pues yo no estoy de acuerdo!

El inteligente Beremiz procuró informarse de lo que discutían.

-Somos hermanos -explicó el más viejo- y recibimos como herencia esos 35 camellos. Según la voluntad expresa de mi padre, me corresponde la mitad, a mi hermano Hamed una tercera parte y a Harim, el más joven, solo una novena parte. No sabemos, sin embargo, cómo efectuar la partición y a cada reparto propuesto por uno de nosotros sigue la negativa de los otros dos. Ninguna de las particiones ensayadas hasta el momento nos ha ofrecido un resultado aceptable. Si la mitad de 35 es 17 y medio, si la tercera parte y también la novena parte de dicha cantidad tampoco son exactas, ¿cómo proceder a la partición?

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-Muy sencillo -dijo Beremiz-. Yo me comprometo a hacer con justicia ese reparto, más antes permítanme que sume a esos 35 camellos de la herencia este espléndido animal que trajo a mi compañero hasta aquí, en buena hora.

En este punto, el acompañante (el contador de esta historia) tuvo que intervenir en la cuestión:

-¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo voy a seguir el viaje si me quedo sin mi camello?

-No te preocupes, bagdalí -me dijo en voz baja Beremiz-. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu camello y verás a que conclusión llegamos.

-Amigos míos -expresó-, voy a hacer la división justa y exacta de los camellos que, como ven, ahora son 36.

Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos, habló así:

-Tendrías que recibir, amigo mío, la mitad de 35, esto es: 17 y medio. Pues bien, recibirás la mitad de 36 y, por tanto, 18. Nada tienes que reclamar puesto que sales ganando con esta división.

Y dirigiéndose al segundo heredero, continuó:

-Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 35, es decir 11 y poco más. Recibirás un tercio de 36, esto es, 12. No podrás protestar, pues también tú sales ganando en la división.

Y, por fin, dijo al más joven:

-Y tú, joven Harim, según la última voluntad de tu padre tendrías que recibir una novena parte de 35, o sea 3 camellos y parte del otro. Sin embargo, te daré la novena parte de 36, o sea, 4. Tu ganancia será también notable y bien podrás agradecerme el resultado.

Y concluyó con la mayor seguridad:

-Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido, corresponden 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al tercero, lo que da un resultado (18+12+4) de 34 camellos. De los 36 camellos sobran por tanto dos. Uno, como saben, pertenece al bagdalí, mi amigo y compañero; otro, es justo que me corresponda, por haber resuelto a satisfacción de todos el complicado problema de la herencia.

¿Sabrías decir dónde está la clave de esta historia?

En la habilidad de Beremiz con las matemáticas; en cambiar la ecuación del problema; en su poder de convicción y, sobre todo, en el aprovechamiento de la ingenuidad ajena.

Así se gobierna, haciendo creer que están redistribuyendo riqueza, cuando, en realidad, solo te están sacando parte de tu herencia, para reasignárselas a ellos mismos.

Pero los gobiernos terminan siendo generadores de desigualdades cuando les cobran a los ciudadanos impuestos sobre ganancias no reales, o cuando el Estado deja de brindar las funciones básicas que tiene que proporcionar, como la educación, la salud, la seguridad o la infraestructura, obligando a los ciudadanos a obtenerlas por su cuenta.

En un mundo equitativo, algunas desigualdades económicas deberían ser naturales y legítimas. Por ejemplo, las personas que opten por trabajar y esforzarse más física o intelectualmente deberían lograr mayor renta. Y las personas que decidan ser austeras y postergar consumo presente para ahorrar para el futuro, es lógico que posean mayores patrimonios. No habría que castigarlos por ello.

También es lógico que deportistas, artistas, intelectuales, periodistas y académicos que aportan capacidades, emociones y felicidad al resto de la sociedad sean altamente recompensados. Está en ellos donar, o ver la posibilidad de devolverle a la sociedad parte de sus frutos, pero por convicción y no por imposición.

Sí, es para mí muy injusto cuando la desigualdad en las reglas del juego condiciona el progreso social futuro: si hacemos competir a un mono, a una hormiga, a un elefante y a una jirafa para ver quien trepa más rápido un árbol, por más que les demos las mismas reglas, herramientas o incentivos, esa competencia es injusta. El libre acceso a la educación es la mejor inversión para amortiguar el impacto de esas desigualdades.

Pero el problema es mucho más serio cuando las desigualdades son fruto de privilegios otorgados por los administradores del Estado a algunas personas o grupos determinados, extrayendo recursos al que se esfuerza y produce, para dárselos al que solo es portador de buenos contactos de turno. Y existe un gran poder de daño cuando se coartan libertades ajenas. Progresan las sociedades en las que se permite que cada ciudadano desarrolle su potencial del modo más confortable, respetuoso y libre posible, con reglas de juego claras y estables en el tiempo, y sin privilegios para algunos ante la ley.