Cobrar una tasa turística en los viajes está de moda, pero no te libra de multitudes
Más de 900 millones de turistas realizaron viajes internacionales en 2022. Todas las regiones del mundo registraron incrementos, especialmente Europa y Oriente Medio. Un turismo de masas que ha hecho que muchos lugares en el planeta apuesten por incorporar una tasa turística.
Ya desde hace años, ciudades como Barcelona o Ámsterdam, que son grandes centros turísticos que reciben millones de personas al año, han apostado por este cargo extra. Lo deben pagar todos los viajeros que se hospeden en un alojamiento turístico oficial. Y cada vez más emplazamientos se están sumando a esta tendencia.
Pese a los numerosos beneficios económicos que tiene el turismo, también hay una serie de desventajas que sufren los locales, como es la degradación del entorno, el agotamiento de recursos, la contaminación o el aumento del precio de la vivienda para los residentes.
De esta manera, en ciudades muy masificadas, como puede ser perfectamente el caso de la urbe española o la holandesa, ha habido muchas protestas contra el turismo masivo en los últimos años, que ha llevado a las autoridades a intentar defender un turismo más sostenible y amable con el entorno.
Así, estas tasas turísticas, cumplen una doble función. Por un lado, la mejora de las infraestructuras de las ciudades; por el otro, disuadir a los potenciales visitantes, buscando mejorar la calidad, es decir, que vengan menos, pero gasten más.
En algunos casos, la tasa puede estar incluida en el billete de avión o en la propia tarifa del alojamiento y en otros, habrá que pagarla aparte. Pero al ser normalmente una cantidad pequeña de dinero (desde algunos centavos hasta unos 10 dólares por día), no parece que pueda llegar a influir mucho en la decisión de viajar o no viajar.
Está el caso, por ejemplo, de Venecia, en Italia. En su centro histórico viven aproximadamente unas 50.000 personas, mientras que recibe cada año unos 30 millones de turistas. Una desproporción enorme que hace muy complicada la vida para los residentes. Actualmente, hay una tasa turística por pernoctación de entre uno y cinco euros por persona y noche, dependiendo de la temporada y el tipo de alojamiento.
Pero además, la urbe también va a cobrar un impuesto a aquellos que visiten la localidad y no se alojen. A partir de 2024, Venecia cobrará cinco euros en fechas señaladas, como Semana Santa o 1 de mayo, y a partir de 2025, la tasa habrá que pagarla todos los días.
Viajar a la urbe veneciana no es precisamente barato. A los gastos por el medio de transporte (avión, tren, autobús...), hay que añadir que una estancia en un hotel de tres estrellas cuesta al menos 170 euros por noche, según Kayak. Además, hay que sumar comidas, entradas turísticas y regalos. Es decir, en solo un día en la ciudad se pueden gastar varios cientos de euros, por lo que una tasa de apenas cinco euros no va a cambiar los planes de nadie. Los turistas simplemente asumen este gasto extra y lo afrontan.
Y eso es extrapolable a Barcelona (2,75 euros por noche), Ámsterdam (el 7% del coste de la habitación), Nueva Zelanda (unos 21 dólares por estancia completa) o Malasia (4 euros por noche). Recargos perfectamente asumibles para el consumidor que va a seguir viajando a esos lugares. Por tanto, la efectividad de esta medida es limitada en lo que se refiere a evitar las odiadas multitudes en puntos de interés.
Hay pequeñas excepciones
Aunque en la inmensa mayoría de lugares esta tasa turística es un precio simbólico, sí que hay unos pocos en los que conviene pensarlo dos veces. El caso más paradigmático es el de Bután. El pequeño país asiático obliga a los extranjeros a pagar al menos 250 dólares por persona y día en temporada alta para una estancia que debe ser de al menos cinco días. Incluye el alojamiento, la comida, el transporte, el guía y las entradas.
El caso de Houston, en Estados Unidos, también es reseñable. Se carga un impuesto que representa el 17% de la factura del hotel, por lo que puede llegar a ser una tasa considerable. Son solo dos excepciones en un océano de cargos bajos. Y aunque sigan proliferando a lo largo y ancho del mundo, lo cierto es que no parece que vayan a ser capaces de frenar el turismo de masas.
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