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Transición energética: el futuro está en manos de los gigantes petroleros estatales

Aramco, de Arabia Saudita, dice estar aplicando su “ingeniería, escala y capacidad de ejecución a la transición energética”
Aramco, de Arabia Saudita, dice estar aplicando su “ingeniería, escala y capacidad de ejecución a la transición energética” - Créditos: @Gentileza Aramco

A los militantes ambientalistas les encanta acusar a ExxonMobil y a Shell. Los gigantes de la energía del sector privado son el blanco ideal de batallas de poder, cuestionamientos legales y otras formas de presión para que abandonen el petróleo y el gas en favor de alternativas renovables y otras tecnologías verdes. Las grandes petroleras son un blanco atractivo: tienen redes de distribución en todo el mundo y marcas muy conocidas que son susceptibles de boicots por parte de los consumidores. Esta presión a menudo es positiva: en la lucha contra el calentamiento global cada pequeño aporte cuenta. Pero en el mercado petrolero el sector privado pesa menos de lo que uno podría creer. Que la transición energética tenga éxito dependerá, en gran medida, de la conducta de las potencias petroleras estatales del mundo.

Si estas firmas privadas son las “grandes del petróleo”, entonces las compañías petroleras nacionales (conocidas en la jerga de la industria con las siglas NOC, por national oil company) son enormes. Producen el 60% del crudo mundial y la mitad de su gas natural, comparado con sólo un poco más de un 10% de las firmas privadas internacionales (el resto es producido por compañías independientes más pequeñas). Además, cuentan con dos tercios de las reservas de petróleo y gas a nivel global. Cuatro de ellas –Adnoc, de Emiratos Árabes; Pdvsa, de Venezuela; Qatar Energy y la saudí Aramco– poseen suficientes hidrocarburos como para seguir produciendo a las tasas actuales por más de cuatro décadas.

Si alguien piensa que las grandes petroleras del sector privado se están beneficiando en forma desmedida con los precios del crudo por encima de los US$100, se asombraría de analizar lo que está pasando con las estatales. Según la consultora Wood Mackenzie, si los precios del petróleo promediaran los US$70 hasta 2030, las NOC más grandes se quedarían con US$1,1 billones más que si promediaran los US$50, que es el nivel base. La mitad de esa fortuna iría a las empresas estatales de los Emiratos, Kuwait, Qatar y Arabia Saudita. Los gigantes rusos, como Rosneft, rechazados mayormente por Occidente después de la invasión a Ucrania en febrero, pero abrazados por China y otros clientes asiáticos, se quedarían casi con un quinto. Y al verse denunciado el sector privado y presionado para abrazar un futuro con menos carbono, las NOC verán crecer su peso.

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Es preocupante, por lo tanto, que la trayectoria de las enormes petroleras en materia de descarbonización sea tan mala. Mientras que las emisiones de gases de efecto invernadero de las mayores empresas privadas se han estabilizado o llegado a un pico, lo mismo vale para dos firmas estatales: Petrobras, de Brasil, y Ecopetrol, de Colombia.

Kavita Jadhay, de Wood Mackenzie, calcula que los gigantes estatales están dedicando menos del 5% de su gasto de capital a la transición energética. Comparado con el 15% promedio de las firmas estadounidenses y europeas entre 2005 y 2020, las NOC del mundo en desarrollo presentaron muchos menos pedidos de patentes sobre ideas “verdes” que sus rivales internacionales, según Amy Myers Jaffe y colegas del laboratorio de política climática de la Universidad de Tuft.

Parecidas, pero diferentes

Pero no todos los gigantes estatales son lo mismo. Como observa Daniel Yergin, experto en energía de S&P Global, identifica 65 de ellas en todo el mundo, desde casos terribles como el de Pdvsa, mal manejada por la dictadura de izquierda de Venezuela, hasta firmas que cotizan en Bolsa y son conducidas profesionalmente, que, en principio, responden a accionistas minoritarios (como Aramco o Equinor, de Noruega). No es de sorprenderse de que se diferencien en sus tonalidades de marrón (en contraposición a verde).

Muchas de las NOC más marrones están en África, Asia y América Latina. La mayoría tiene mala administración y reservas escasas o no atractivas. Las compañías de Argelia y Venezuela emiten tres a cuatro veces más la cantidad de carbono en su producción de petróleo que firmas con una geología más bendecida y mejor manejadas tales como Adnoc y Aramco, y ventean siete a 10 veces la cantidad de gas por barril que Qatar Energy.

Este desempeño, más problemas de administración, está costando a las NOC el apoyo de firmas internacionales que históricamente les han provisto de recursos técnicos y financieros. Christyan Malek, del banco JP Morgan Chase, calcula que las grandes petroleras privadas garantizan entre el 40% y el 60% de las inversiones hechas por NOC fuera del Golfo Pérsico. Ben Cahill, del estadounidense Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales, ubica a Sonatrach, de Argelia; Sonangol, de Angola; Pertamina, de Indonesia; Pemex, de México, y NNPC, de Nigeria, en esta categoría. Pueden bombear más ahora para obtener todos los ingresos posibles antes de que sus activos se agoten por completo.

En el otro extremo del espectro verde, las petroleras estatales más ambiciosas están utilizando las ganancias de los combustibles fósiles de hoy para expandirse más allá de la energía sucia, especialmente en países con reservas en baja y con metas serias de reducir emisiones de gases de efecto invernadero.

Alex Martinos, de la consultora Energy Intelligence, considera que estas firmas, en su mayoría medianas, en los últimos tres años han seguido a las grandes firmas europeas privadas, acelerando el gasto en energía limpia, a menudo superando inversiones similares de compañías estadounidenses. Entre los ejemplos se incluyen Petronas, de Malasia, y PTT, de Tailandia, que se han pasado rápidamente a alternativas renovables. PTT también está ingresando en el negocio de los vehículos eléctricos. Ecopetrol está involucrada en proyectos eólicos y solares, y recientemente adquirió una compañía de transmisión de electricidad.

La china CNOOC ahora quiere que sus emisiones de carbono lleguen a su pico para 2028 y asegura que la energía no proveniente de recursos fósiles representará más de la mitad de su producción local para 2050, coincidiendo con el compromiso del presidente Xi Jinping de que las emisiones chinas comiencen a caer antes de 2030.

El grupo más significativo se ubica en algún punto intermedio. Se trata de compañías, mayormente del Golfo y Rusia, con reservas de bajo costo, menor carbono, y reservas de largo plazo, que durarán más que las NOC con menos recursos y las grandes firmas privadas. Seguirán bombeando por años, incluso décadas. Pero algunas de ellas están tratando de hacerlo de modo más limpio.

Petrobras calcula que la producción de petróleo de sus yacimientos más nuevos genera 40% menos de emisiones de gases de efecto invernadero por barril que el promedio global. En vez de invertir mucho en alternativas renovables, la firma brasileña está descarbonizando sus operaciones petroleras con inversiones en las instalaciones de producción y barcos eléctricos. Recientemente se aseguró un crédito verde por US$1300 millones (la tasa de interés decae si la firma emite menos carbono) y ha atado la remuneración de sus ejecutivos a objetivos de emisiones.

Los planes de gasto de capital del grupo medio, aunque en general se ven claramente marrones, también esconden interesantes motas verdes, especialmente si uno deja de mirar sus propios proyectos y analiza los promovidos junto a otras entidades estatales. Un ejemplo es el de Emiratos Árabes Unidos. Su ministro de industria, Sultán al-Jaber, dice que “nosotros vimos la tendencia hace 16 años”. Fue cuando crearon Masdar, una firma de energía limpia que hoy tiene inversiones en 40 países.

Junto con Aadnoc y Mubadala, un fondo de capital soberano gigante, Masdar, entre otras cosas, está apostando al hidrógeno; ha firmado acuerdos con Alemania y Japón para desarrollar cadenas de provisión verdes para exportar ese prometedor combustible limpio.

Al Jaber habla de una “transición energética realista”, lo que significa que involucre algunos combustibles fósiles por un tiempo. Pero, insiste, “proteger frente al futuro nuestras operaciones de petróleo y gas siempre ha tenido lugar destacado en nuestros planes”. Los Estados Árabes Unidos son sede de Irena, una agencia internacional de energía renovable, y será sede de la cumbre anual del clima de la ONU en 2023.

Y está el mayor gigante de todos, Arabia Saudita. Yergin mencionaba el programa de investigación y desarrollo “grande y diversificado” de Aramco. Dice que el coloso está aplicando su “capacidad de ingeniería, escala y capacidades de ejecución a la transición energética”. Meyers Jaffe, de la Universidad de Tufts, dice que sus esfuerzos de innovación son “muy agresivos”, señalando las apuestas que buscan eliminar emisiones a través de la captura de carbono. Más allá de Aramco, Arabia Saudita está invirtiendo US$5000 millones en un proyecto verde de hidrógeno en su ciudad turística del desierto Neom, con el objetivo de convertirse en el mayor exportador de hidrógeno del mundo.

La apuesta a un reaseguro no debe confundirse con un cambio fundamental de estrategia. El año pasado, el ministro de energía saudita, Abdulaziz bin Salman, expresó con claridad la visión del reino: “Vamos a ser los últimos en quedar de pie y saldrá hasta la última molécula de hidrocarburos”.

La mayoría de las petroleras estatales compartirán este sentimiento en el futuro previsible. Es una demostración de una lamentable inacción en relación al cambio climático que incluso la menor desmarronización encabezada por un Estado puede parecer casi alentadora.

Traducción: Gabriel Zadunaisky