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Así es la cámara del fin del mundo que almacena semillas ante un futuro apocalíptico

La entrada acorazada al Banco Mundial de Semillas, en Noruega. (Photo by Steffen Trumpf/picture alliance via Getty Images)
La entrada acorazada al Banco Mundial de Semillas, en Noruega. (Photo by Steffen Trumpf/picture alliance via Getty Images) (picture alliance via Getty Images)

Bajo tierra, a prueba de bombas y a 1.300 kilómetros del Polo Norte es el lugar elegido por los poderes internacionales para albergar el Banco Mundial de Semillas. Ese es el nombre oficial de la conocida como ‘La cámara del fin del mundo’, preparada para afrontar un futuro apocalíptico en caso de que se produzca una catástrofe fatal para la supervivencia humana.

El deposito de semillas más grande de nuestro planeta se localiza en algún punto de la isla de Spitsbergen, cerca de su capital, Longyearvyen. Un cachito de tierra del archipiélago de Svalbard, perteneciente a Noruega, situado en medio de la espesa nieve. Solo unos cuantos privilegiados están autorizados para cruzar las puertas prácticamente impenetrables de este búnker donde se protegen algo más de un millón de semillas de 6.000 especies originarias de todos los climas, ecosistemas y continentes habidos y por haber. Un número nada desdeñable, aunque no es ni la mitad de lo que admiten sus instalaciones: tiene una su capacidad de almacenamiento de 4,5 millones de unidades.

Nada se improvisa dentro de esta arca de Noé vegetal moderna. El objetivo es que nunca falte comida si detona una calamidad de consecuencias incalculables para el ser humano. Si nos alcanza aquello que no podemos ni empezar a imaginar, esta imponente estructura subterránea, a 150 metros de profundidad, es el camino hacia nuestra propia salvación.

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El Banco Mundial de Semillas fue creado en 2008 a petición de la Agencia de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). En la actualidad, 1.500 instituciones guardan en sus cámaras unas 500 copias de seguridad de cada una de sus variedades, con capacidad para subsistir en condiciones controladas al milímetro durante dos siglos. La idea es poder replicarlas en caso de que se extingan como consecuencia de conflictos bélicos, actos terroristas y desastres naturales.

El Banco Mundial de Semillas tiene una extensión subterránea de mil metros cuadrados, a 150 metros de profundidad (AP Photo/John McConnico)
El Banco Mundial de Semillas tiene una extensión subterránea de mil metros cuadrados, a 150 metros de profundidad (AP Photo/John McConnico) (ASSOCIATED PRESS)

Aquí lo único que no tiene cabida es el azar. Con una extensión de mil metros cuadrados, dividido en tres grandes almacenes, el banco está construido a prueba de bombas, de erupciones volcánicas y de terremotos de hasta 10 grados en la escala de Richter. Si sucediera un fallo eléctrico, la capa de suelo congelada del exterior, lo que se conoce como permafrost, actuaría como conservante natural. En las profundidades de la tierra, pero a 130 metros sobre el nivel del mar, apenas entra la luz. Las semillas se mantienen dentro de sobres, organizados en cajas, a una temperatura constante entre menos tres y menos seis grados centígrados. Si fuera necesario, es posible bajar el termómetro hasta los menos 18 grados.

Noruega asumió el coste inicial de la construcción del Banco Mundial de Semillas, valorado en nueve millones de euros. A esto se sumaron otros 20 millones para protegerlo de la humedad y otro millón anual para su mantenimiento en el tiempo. El Ministerio de Agricultura y Alimentación del país junto con la Global Crop Diversity Trust y el Nordic Gene Resource Centré son los encargados de garantizar su funcionamiento. Aunque es propiedad del Estado noruego, recibe fondos de Naciones Unidas y de tantas otras organizaciones, como la fundación de Bill y Melinda Gates. Su funcionamiento se asemeja al de un gran banco: solo las entidades depositarias del material genético que incluyen las cajas de seguridad tienen acceso al material que estas contienen.

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La revista ’Time’ lo calificó en 2008 como el sexto mejor invento de ese año. Desde su fundación hace 15 años, solo un depositante, a saber, ha acudido a reclamar lo que es suyo a causa de una amenaza real contra la pérdida de biodiversidad. En 2015, el Centro Internacional para la Investigación de la Agricultura en Áreas Secas (ICARDA) perdió las 148.000 variedades que albergaba en sus instalaciones de Alepo, Siria, tras quedar destruido a causa de la guerra. Años atrás, ICARDA había puesto a buen recaudo el 80% de su deposito en el búnker noruego. Pidió, entonces, retirar 50.000 semillas para resembrarlas. Una vez dieron sus frutos, el centro internacional envió de vuelta las 50.000 variedades a la cámara acorazada que las había salvado de la extinción, a la espera de que nunca más tenga que volver a solicitarlas.

Paradójicamente, el gran fracaso del Banco Mundial será cuando los gobiernos e instrucciones tengan que hacer uso de él. Aunque nos dediquemos a replantar el mundo, ese día, habremos perdido todos.

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