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Massa, entre los enredos del “Plan parche” y las tensiones por los dólares que no están

Sergio Massa, durante una reunión con estudiantes en EE. UU.
Sergio Massa, durante una reunión con estudiantes en EE. UU.

Quienes han estado con Sergio Massa estos últimos días, en su viaje por Estados Unidos, dicen que se lo ve exultante. Sabe que la imagen de hombre de acción que busca transmitir, acaso para disimular limitaciones técnicas, es música para los oídos en la cultura norteamericana. El ministro de Economía se presenta como uno de los tres accionistas del Frente de Todos que, por esa condición y a diferencia de un gerente, que puede saltar del barco en cualquier momento, puso en juego su futuro político para evitar una gran crisis. Afirma que con el aval de los otros dos “dueños” de la coalición, tiene el terreno libre para avanzar.

Con todo, hay dudas que persisten. Al “factor Cristina”, que más allá de repliegues tácticos siempre tiene la acción de oro, se suma el estilo hiperactivo y por momentos desordenado de Massa, cuyo voluntarismo a menudo tropieza con los hilos de la red que el propio Gobierno fue tejiendo en los últimos años.

Mientras él en Estados Unidos, y su secretario de Comercio, Matías Tombolini, en Buenos Aires, enfrentaban en persona los pedidos de los empresarios para flexibilizar el acceso al dólar oficial, el Banco Central preparaba la prórroga hasta fin de año de la resolución que administra cupos mensuales de importación y obliga a las compañías a financiar a 180 días las compras al exterior de un grupo de bienes. No es que la extensión de las trabas al comercio exterior sorprenda, pero el timing (la medida recién vencía el 30 de este mes) desentonó con el espíritu de esos encuentros. Podrá haber buenas intenciones, lo que no hay son dólares.

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Tras el debut del nuevo dólar soja, la señal es clara. La celebrada entrada de divisas que impulsó ese mecanismo, unos US$2000 millones en su primera semana, trae alivio al presente, pero no despeja el horizonte. Las restricciones que el Banco Central había dispuesto en los meses de mayor drenaje de reservas no pueden ser levantadas sin generar un descalabro. La demanda reprimida de dólares para la importación y el pago de deudas privadas superaría con creces la oferta.

En la entidad calculan que, al obligar a las empresas a obtener por su cuenta financiamiento comercial, se ahorraron unos US$5000 millones. “Quedó demostrado que podían conseguir esos créditos, pero si dejaran de tener esa exigencia volverían a pedirnos los dólares para pagar todo”, analizan. Las expectativas de una devaluación fuerte siguen intactas.

La Unión Industrial Argentina y otras cámaras advierten que la continuidad de las trabas puede frenar el ritmo de actividad económica. “Hasta ahora no se ha parado una sola línea de producción por falta de insumos”, retrucan en el Gobierno. ¿Qué pasará el 1° de enero? Todo indica que la estrategia de ir perforando el cepo en forma selectiva goza de buena salud. En la frágil situación actual, lo que pase en el verano es un problema a largo plazo.

Son tensiones subyacentes con un sector que, como contó LA NACION, contraataca renovando la presión para que los dólares baratos no financien el turismo, sino la producción. El Gobierno hace rato que sabe que el Mundial de Qatar es un desafío tanto para la selección argentina de fútbol como para el Banco Central. ¿Massa ya tiene su propio operativo clamor? Ajenas a estos tironeos, empresas del Estado manejadas por La Cámpora, como YPF y Aerolíneas Argentinas, se preparan para, a través de promociones y sorteos, llevar hinchas argentinos a la fiesta del fútbol mundial que empieza en noviembre.

Mientras tanto, el objetivo de Massa es acumular. Antes y durante su gira por Estados Unidos viene repitiendo que hay cuatro sectores que pueden generar dólares rápidamente: el complejo sojero, la minería, la energía (gas y petróleo) y la economía del conocimiento. Hacía allí apunta el barco, mientras un coro de sirenas pide su propio traje a medida: dólar malbec, dólar leche, dólar mascota. Es el reconocimiento de que el tipo de cambio oficial está atrasado. El ministro busca mecanismos para disimularlo sin hacer una devaluación generalizada. “Con este nivel de pobreza no se puede”, insiste ante sus interlocutores.

Los Tres Chiflados y la cañería

La otra medida que el Central entregó en combo el jueves pasado también generó ruido, en este caso en el campo. El directorio fijó una tasa mínima, equivalente al 120% sobre la tasa de las Leliq, para el financiamiento a productores que mantengan un stock de soja superior al 5% de su producción. Resultado: el piso del costo de los tipos de interés para el sector pasó a ser de casi 84%. El tema estaba en el radar desde hace un tiempo: con tasas y líneas especiales para el agro, los productores prefieren comprar insumos y afrontar otros gastos con financiación en pesos en lugar de desprenderse de la cosecha, prolongando así la retención. Tres días después del “premio” del dólar diferencial al sector para incentivar las liquidaciones, salió el “castigo” de la suba de tasas. En la Mesa de Enlace algunos explotaron de bronca. La Secretaría de Agricultura volvió a ponerse del lado de los representantes del campo, algo que otras áreas del Gobierno miran con desconfianza.

Más contradicciones: los bancos públicos, como el Banco Nación y el Provincia, eran los más activos. La entidad que ahora conduce Silvina Batakis tiene líneas de financiación con parte de la tasa bonificada para un amplio abanico de actividades, como la compra de maquinaria agrícola de fabricación nacional, condiciones especiales de financiación para ganaderos, tamberos y frigoríficos; para la compra de combustible, semillas, agroquímicos, fertilizantes y otros insumos. Otro tanto sucede en el Provincia, que se jacta de haber recuperado una política activa de asistencia crediticia a la agroindustria. El Gobierno venía tratando de restringir esa ventanilla, pagando el precio de sacrificar clientes seguros de la banca pública para entregárselos en bandeja a los bancos privados, deseosos de capitalizar su liquidez.

Son enredos de una política de parches que no pasa desapercibida. Hay más: en la misma semana en la que Massa anunció el dólar soja y promovió Vaca Muerta en Houston, en Buenos Aires, la UIA acercó al Gobierno una lista de insumos con faltantes “apremiantes”, entre los que incluyó equipos, válvulas y silos de arena que se necesitan en el yacimiento neuquino, así como fertilizantes y agroquímicos vitales para el campo.

“Son como los Tres Chiflados arreglando la cañería”, ironiza uno de los ejecutivos que asistió a la charla de Massa en la Cámara de Comercio de Estados Unidos el miércoles pasado. Alude al episodio en el que los cómicos ingleses, como plomeros improvisados, tratan evitar que el agua brote de un caño conectando más y más caños que solo empeoran el problema inicial, hasta que uno de ellos termina auto encerrándose en una jaula de tuberías.

Pero en ámbitos oficiales ven las cosas de otra manera: dicen que en el primer semestre, pese a todas las advertencias empresarias, la economía creció más del 6% y las importaciones -incluso descontando las compras de energía- fueron récord. Adelantan un dato: tras el cimbronazo de julio provocado por la salida de Guzmán, en agosto retomaron su nivel anterior y habrían alcanzado unos US$6500 millones, el segundo más alto del año después del dato de junio.

En un contexto de inflación rozando el 100% anual y con una negociación en curso con el FMI para obtener el financiamiento imprescindible para no caer en default, Massa no pierde el entusiasmo. Al igual que viene sucediendo en encuentros anteriores con hombres de negocios, sugirió en Washington que quiere ser candidato a presidente en 2027. Sobre la base del ordenamiento de la economía que confía en lograr, se ve para entonces como el relevo con “visión social’' de un próximo gobierno que, imagina, será de derecha y promercado. Una ambición fuera de escala para un presente lleno de incertidumbre.