Una de las mejores cosas que pueden hacer los multimillonarios es donar su dinero a fundaciones benéficas, ¿cierto? No tanto. Detrás de la “generosidad” a menudo yace un gran espectro de factores que tienen más que ver con los intereses personales que con los objetivos de la humanidad. En otras palabras, la filantropía de los poderosos podría estar restringiendo el progreso de todos.
Al menos así lo piensa el periodista investigativo Tim Schwab, autor del libro “El problema de Bill Gates: abordando el mito del multimillonario bueno”. El fundador de Microsoft, según Schwab, sigue siendo un narcisista hambriento de poder, y su Fundación Bill y Melinda Gates es apenas un vehículo para acumular y desplegar su influencia en una escala mucho mayor a la de un simple magnate del software.
“Desvirtúan el destino de la financiación caritativa”
En una crítica al libro, el académico Andy Stirling, profesor del departamento de Investigación de Política Científica de la Universidad de Sussex, coincide con Schwab en que las prioridades personales de los ultrarricos suelen superar las necesidades reales de la sociedad “y desvirtúan el destino de la financiación caritativa”, a medida que “la riqueza, el poder y los privilegios globales se concentran cada vez más en manos de unos pocos hipermillonarios”.
Al igual que Schwab, Stirling considera que las fundaciones benéficas dirigidas por multimillonarios destinan enormes cantidades de dinero a “una gama estrecha de soluciones selectivas”, escribió en un artículo publicado el lunes por la prestigiosa revista científica Nature. Ambos expertos se cuestionan hasta qué punto la generosidad de los filántropos está, en efecto, respaldada por los contribuyentes de sus donaciones.
En su acta de hechos, la Fundación Bill y Melinda Gates declara que gasta miles de millones de dólares cada año (US$ 7.000 millones en 2022) en proyectos globales, desde impulsar investigaciones en materia de salud hasta intentar reducir la pobreza. Hasta la fecha, sus donaciones suman más de US$ 71.000 millones. La leyenda de las inversiones Warren Buffett ha donado alrededor de US$ 35.700 millones a la fundación desde 2006.
Stirling señala que solo en Estados Unidos existen cerca de 100.000 fundaciones privadas que controlan en conjunto cerca de US$ 1 billón en activos. Sin embargo, dice, hasta tres cuartas partes de estos fondos se deben en impuestos, ya que las leyes estadounidenses no dedican mucho escrutinio hacia cómo las organizaciones benéficas gastan su dinero.
De haberse retenido parte de esa suma en impuestos, razona Schwab, el gobierno podría haberla invertido de maneras más responsables para cumplir con cerca de una veintena de Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por la ONU (cero pobreza, cero hambre, acceso a la salud, educación de calidad, igualdad de género y agua limpia, entre otros).
Selectividad y conflicto de intereses
Schwab considera que existe un conflicto de intereses en muchos de los programas de la Fundación Gates que se configuran a partir de los datos del Instituto de Evaluación y Medición de la Salud, convenientemente financiado por la propia fundación. También critica a Gates por respaldar la energía nuclear, mucho más costosa, en lugar de fuentes renovables más asequibles, y subvencionar la modificación genética para grandes empresas del sector agrícola y no promover el cultivo ecológico impulsado por los pequeños agricultores.
De la misma forma, la Fundación Gates apoya estrategias educativas con fines de lucro basadas en Internet en lugar de iniciativas dirigidas por docentes y guiadas por las comunidades locales. “El énfasis en acelerar las innovaciones y ampliar las tecnologías oscurece las complejidades del mundo real e ignora los costos de las oportunidades perdidas”, dice Stirling en Nature.
“Su fundación tiende a descuidar estrategias basadas en la redistribución económica, la reforma institucional, el cambio cultural o la renovación democrática. Sin embargo, en áreas como la salud pública, la resiliencia a los desastres y la educación, el respeto por las diversas estrategias, los puntos de vista multifacéticos, la acción colectiva y la rendición de cuentas abierta podrían ser más efectivos que el tipo de individualismo competitivo, intensivo en tecnología y orientado a las ganancias que favorece Gates”, reflexiona Stirling.
La humildad ante el monopolio caritativo
Sesgar la cobertura informativa, absorber a los pares y neutralizar la supervisión son rasgos del fenómeno capitalista que también se observa a menudo en las fundaciones caritativas como la de Bill Gates. Schwab notó que, al dictar métodos de análisis, la fundación terminaría obligando a los científicos a llegar a conclusiones que benefician en última instancia a la propia organización.
Stirling, por otro lado, cree que existen “fuerzas políticas más amplias en juego” y que Gates es apenas un producto de sus circunstancias, como lo podría ser cualquier otro gran empresario de la industria tecnológica. En cambio, invita a reflexionar sobre una transformación cultural con énfasis en la igualdad, respeto a la diversidad y la “humildad preventiva” ante la “arrogancia tecnocrática”.
“Más que el ego exagerado de una persona, tal vez sean las fuerzas globales de apropiación, extracción y acumulación las que impulsan la actual oleada hipermillonaria las que deben frenarse”, zanjó.
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